05 febrero 2012

Julio Cortázar en "Señales"

Licencia de Creative Commons
This obra by www.dearticulosyrevisiones.blogspot.com is licensed under a Creative Commons Attribution-NonCommercial-NoDerivs 3.0 Unported License.
Sr. Julio Cortázar, dos puntos, espacio                                                                                                                                                                                                                   -                                                                       

La traductora Aurora Bernárdez
junto al escritor Julio Cortázar.

por Delfina Morganti.-

De la mano de Julieta Grosso, el suplemento Señales del diario La Capital presenta hoy, domingo 5 de febrero, "Cortázar, a la carta", una de las notas de tapa tan fascinantes como completas en lo que va del año 2012.

La nota celebra la reciente publicación de "más de mil cartas inéditas del autor de Rayuela", a cargo de la editorial Alfaguara. En su introducción a la entrevista a Carles Álvarez Garriga, co-editor de la publicación, Grosso vaticina que, "a la manera de una biografía informal, este emprendimiento de la editorial Alfaguara se presenta como una hoja de ruta que pone a disposición de los lectores la trastienda de las obras del autor de Rayuela".

Quienes estuvieron a cargo del proyecto fueron la traductora argentina y primera esposa del escritor, Aurora Bernárdez, y el filólogo español Carles Álvarez Garriga. Entre sus frases más memorables a lo largo de la nota, Garriga destaca que al leer las cartas de Cortázar, "uno se afirma aún más en esa sensación de familiaridad, de camaradería" que suele caracterizar a todo aquel que alguna vez oyó la voz de Julio Cortázar.

"Quiero decirte esto: no sé escribir cuando algo me duele tanto, no soy, no seré nunca el escritor profesional listo a producir lo que se espera de él, lo que le piden o lo que él mismo se pide desesperadamente", escribe Cortázar en una de las cartas que acompañan la nota de Grosso y que está dirigida al poeta cubano Roberto Fernández Retamar hacia 1967, año en que muere "el Che". "La verdad es que la escritura, hoy y frente a esto, me parece la más banal de las artes, una especie de refugio, de disimulo casi, la sustitución de lo insustituible".

Con un fragmento de Historia de Cronopios y de Famas y un apartado de tres extractos de las cartas que integran la colección, la nota de Julieta Grosso en verdad rescata a un viejo autor conocido (y siempre por conocer) que no deja de despertar nuestra curiosidad y alimentar nuestro aprendizaje de lo que fue el Cortázar detrás de escena, más allá de Rayuela, más allá de todos los fuegos y las entrevistas.
                                                                                                         

Un axolotl en Cortázar o... ¿Cortázar en un axolotl?
A Graciela Tomassini.
PREFACIO A LA CARTA DIRIGIDA A JULIO CORTÁZAR A PROPÓSITO DE SU CUENTO "AXOLOTL"*
Me acuerdo que una vez, durante mi cursado del último año del Traductorado de Inglés en el "Olga Cossettini", Graciela, nuestra profesora de Interpretación de Textos, nos invitó a escribirle una carta a Julio Cortázar. 

¿Cuánto quisiera uno decir, contar, recomendar, sugerir y criticar a sus escritores favoritos, a sus autores elegidos, y a los no elegidos también? ¿Y qué mejor que una carta (que de todas maneras no sería enviada y mucho menos respondida) para (auto) convocarse a la libre expresión, la conversación ficticia pero vertiginosa que suele proponer el género epistolar?

No se trataba de escribirle caprichosamente o "porque sí". Recuerdo que entonces veníamos leyendo varios de sus cuentos, precisamente a partir de Todos los fuegos, el fuego, y nos habíamos detenido en Axolotl. Creo que la idea de que le escribiéramos a Julio le surgió a nuestra profesora por la espontaneidad de intercambio que exigió en determinado punto el debate— aunque esta es una sospecha personal y no tengo ahora forma de comprobarlo. Los alumnos nos habíamos empezado a cuestionar ante lo absurdo y paradójico del final de Axolotl; algunos renegaban tanto de determinados recursos retóricos que me parece que la ocasión ameritaba una encomienda dirigida al escritor y así la propuso nuestra profesora.

Yo conocía el cuento porque lo había leído en la secundaria, pero con esto de escribirle una carta a Cortázar empecé a mirar Axolotl de otra manera, a observar el relato con perspicacia. Por entonces pensé que de alguna manera Cortázar siempre se las ingenió para encapsular en cada uno de sus cuentos su propia esencia como escritor y como persona. 

¿Cómo hace un escritor para escribir y escribirse al mismo tiempo? ¿Cómo lo logra sin necesidad de anteponerse como protagonista, sin siquiera mencionar su nombre, prescindiendo muchas veces de la milagrosa primera persona del singular?

En fin... Llegó el día en que la profesora devolvería las cartas corregidas. Había un extraordinario clima de expectativa entre la comisión del turno mañana. Como en algunas otras ocasiones, Graciela había elegido algunas de las producciones que más le habían gustado para compartir con el resto del curso. Leyó una, leyó otra, y otra, y otra más... Aquel se tornó uno de los tantos momentos en que, como alumno, uno sabe que ese día no lo olvidará nunca, que saldrá del salón con una sonrisa de felicidad (y satisfacción) en la cara, o bien, con la mirada baja y asumiendo la resignación ante el "distinguido" que no fue.  

Para quien escribe con frecuencia, lee con avidez, y sobre todo escribe porque siente que está en su naturaleza, sin pedir permiso ni esperar elogios ni reclamar una publicación inmediata, la devolución de un trabajo, precisamente uno de redacción, puede ser determinante para su estado de ánimo, su estímulo a continuar, sus esperanzas de agradar no sólo a uno mismo sino también a un tercero. Entonces Graciela había leído ya cuatro cartas y ninguna era la mía. Pensé que mi trabajo la habría desilusionado. Ella sabía de mi tendencia hacia la ficción pero era, como se suele preferir, una profesora más que justa. Calificaba a todos rigiéndose por los mismos criterios, siempre justa y dignamente, y yo había empezado a pensar que de alguna manera la carta o se había salido de los límites de la consigna o le habría repugnado por completo. Admiraba a Graciela, todavía la admiro, y casi como si en ella se condensara gran parte de la historia de la literatura universal, comencé a sospechar de la carta que había escrito y del mérito que yo misma le había conferido.

Llegó Graciela a tomar la quinta redacción que pensaba compartir en sus manos. Yo ya no tenía esperanzas de que fuera la mía. Las cartas en su mayoría habían empezado todas parecidas, con el rótulo formal del "Querido..." o "Estimado Sr. ..." Pero apenas pronunció las primeras palabras de la introducción, sonreí para mis adentros, suspiré y el corazón me estalló de felicidad. ¡Esa era la mía, era mi carta! Le había gustado. 

Mi carta le había gustado y la estaba leyendo... Obnubilada por el recuerdo, olvidé decir que la profesora había hecho un preámbulo misterioso a la lectura de cada una de las cartas anteriores, y de la mía dijo, "Esta me gusta porque está en otra clave..." Hm... "En otra clave", pensé entonces. Me gustó la crítica, pero lejos estaba de imaginarme que, a esa altura y habiendo desfilado ante mí tantas otras que pensé impecables y muy creativas, podría referirse a mi carta. Sin embargo lo hizo, y así como de la modestia había caído en la frustración, cuando Graciela empezó a leerla, levanté la mirada de un saque.

Hay algo de maravilloso en eso de escuchar a alguien pronunciar el texto de uno. Hay algo de encantador y a la vez alarmante, de usurpador en el oír a un otro leer en voz alta el escrito propio. Es como escuchar la melodía escrita por uno mientras la toca un intérprete ajeno. El ego oscila entre querer arrancársela de las manos a quien la ejecuta y pedirle que no deje de tocarla, "a ver cómo suena".

Suena diferente pero es la obra es la misma; aunque deja otra huella, retumba a modo de eco y le permite a uno visualizar el error, el triunfo (si lo encuentra), las faltas, la gloria (¡si alguna vez la hay!), el cambio a proferir, la puntuación a modificar, los logros retóricos a mantener, etc. Además, daría la sensación de que el texto cobra vida una y otra vez cada vez que otro lo lee; ese texto viaja, es como un hijo que despliega sus alas y no es hijo de su padre sino del mundo, de la vida, de la historia de la literatura. Ya no pertenece al escritor, porque en realidad, jamás fue del todo suyo. El escritor fue apenas el vehículo, el mediador entre la idea y la palabra; trajo el texto al mundo y cuando terminó de escribirlo, el final fue el comienzo. El verdadero ciclo vital del texto comenzó justo cuando el escritor dio su labor por finalizada.
                                                                                                         
La carta que leyó Graciela en torno a "Axolotl"* es esta:


                            Buenos Aires, 15 de diciembre de 1952.
Estimado Sr. Julio Cortázar:
                        A propósito de la reciente publicación del cuento “Axolotl” de su autoría, le escribo para formularle algunas preguntas que nos aquejan a mis colegas y a mí desde su inquietante aparición.

En primer lugar, quisiera expresar mi incertidumbre respecto del uso tan banal y, como diría la señorita Castellanas, “irresponsable” que hace usted de los pronombres personales a lo largo de gran parte de su redacción. Considerando la afirmación con que culmina el primer párrafo del mencionado cuento, “Ahora soy un axolotl,” ¿qué se supone deba uno inferir cuando lee un “nos” o un “nuestro” apenas más adelante? Entiendo que habrá recibido ya numerosas quejas y cuestionamientos, pero inmiscuidos en la narración de semejante situación que usted plantea, no puedo sino advertirle respecto de la ambigüedad que este uso de los pronombres sin duda genera. ¿Refiere aquel “nosotros” a nosotros los seres humanos o a los axolotl? El maestro de matemática me dice que imagino demasiado... Le aseguro, señor Cortázar, a veces ya no sé qué imaginar.

En fin, más allá de sus intenciones iniciales, debo pedirle un pequeño favor que de seguro no significará mayor esfuerzo de su parte, considerando que tiene usted una de esas mentes que yo suelo llamar “privilegiadas”. Ahora bien, lo que me gustaría que haga, y cuanto antes, es revisar este cuento. Sí, tan sencillo como eso, no se alarme. Escríbale una carta al editor de la revista, haga mención de algún error falso en la transcripción del cuento (atribúyalo, se lo ruego, a algún ignorante a cargo de la impresión) y deshágase de esa ambigüedad, tan pronto como pueda. Créame, Julio, me lo agradecerá. Usted me lo agradecerá, se lo aseguro. Y también Benveniste, y mis alumnos de Lingüística de la universidad. Y por qué no, quizás también nuestro viejo amigo Ferdinand. Pues no basta, suelo decir a mis alumnos, no basta con atribuir a lo fantástico la primera cosa que se nos cruza por el camino. Claro que no. ¿Cómo explicar entonces un axolotl que es axolotl y a la vez un hombre, o un hombre primero y un axolotl después, o viceversa, o uno dentro de otro, o ningún caso?

Sólo puedo decir que la disyuntiva me remite a aquella vez que me trajo usted una manzana roja, bien roja, a clase, y luego me dejó usted con las ganas. Jamás me la obsequió. La dejó allí encima de su pupitre, y me miraba de reojo, y yo a usted, esperando la manzana que no me entregó jamás. Ya ve, estaba usted en el tercer grado de la escuela primaria, y para entonces hacía cada travesura... En compensación, le ruego me conceda al menos esta petición (y disculpe la rima): quite este cuento del mercado literario, Cortázar, revíselo, edítelo, vuelva a escribirlo, ¡pero haga algo!
Supongo que lo más sensato sería que atienda mi consejo. Sugiero que lo publique cuando el yo sea en su discurso aquel que diga yo y yo remita, dentro de su instancia de discurso con yo, a un mismo yo. Sí, eso. Tan sencillo como eso.

En segundo lugar pero para nada menos importante, querido Julio, debo pedirle ahora una confesión. Bien dice usted al principio de este cuento que es un axolotl, y así parece reafirmarlo hacia el final. Dudo, sin embargo, que se haya convertido usted en un axolotl y nadie lo haya notado. Como prueba de mi curiosidad, le aseguro que he recorrido con mi atenta mirada todos y cada uno de los titulares de los diarios aquí en Buenos Aires durante estas semanas posteriores a la publicación, y en ninguno de ellos se hacía mención de semejante y bárbara transformación. De cualquier modo no resulta viable que haya podido usted escribir el cuento desde aquel acuario ubicado París. Aunque conociéndole, es posible se las ingeniara para escribirlo (sólo Dios sabe cómo) hasta desde las aguas del mismísimo océano. Pensé incluso que le habría pagado a ese guardia que usted tanto menciona en el cuento para que luego saque del agua y lo ponga a secar al sol. Siguiendo con esta hipótesis que, me enorgullece decir, es de mi entera autoría, el cuento finalmente habría llegado a ver la luz gracias a los efectos del viento sobre la superficie mojada de las hojas.

Pues bien, reitero que resulta imperativo me comunique usted de qué forma debo imaginarlo ahora, Cortázar. Han pasado tantos años, y tantos años sin verlo... En verdad apreciaría que se molestara usted en responder al menos una de mis cartas, pues llevo años leyéndole, y no menos escribiéndole.  Y se dice por ahí que usted le escribe a tantos otros, pero no olvide a sus maestros, que le dimos todo lo que tiene hoy, y lo hicimos gran parte de lo que es. Ya verá, le doy a usted más crédito del que tal vez merezca y me digno a solicitar, sin perder aún las esperanzas, la contestación a esta carta que le envío tanto al Jardín des Plantes como a su dirección en Buenos Aires.

Saluda atentamente,
Lic. Norma Solloza.



*"Axolotl" fue publicado en Buenos Aires Literaria hacia el año 1952 , de allí la fecha estipulada en la carta.


6 comentarios:

  1. Sos genial, purreta. :D
    Abrazotes

    ResponderBorrar
  2. muorybeaPrimero, gracias por dedicarme este artículo. Pero muchas, muchas más gracias por traerme de vuelta aquellas estimulantes mañanas con 3ro. 2da., que eran mucho más placer que trabajo y siempre, un nuevo desafío a mi creatividad como docente. Porque ustedes, mi querida, volaban. Y según veo, siguen volando libres, fieles a la vocación de esas alas que entonces despuntaban y crecían día a día. Quiero pensar que Julito leyó tu carta, y se desternilló de risa, y se la mostró a Jorge Luis, y a Roberto, y a Rodolfo, y a tantos otros amigos, orgulloso de tener tan buenos corresponsales.
    Millones de besos,
    graciela

    ResponderBorrar
  3. veo que por algún misterio incomprensible para mi módica competencia informática se imprimió antes de mi carta la palabra que tuve que verificar. No es, pues, un conjuro. Otro beso,
    Graciela

    ResponderBorrar
  4. Gracias Pato!! Tus adjetivos siempre me toman por sorpresa, ¡jaja!

    ResponderBorrar
  5. Graciela: anoté tu nombre mientras leía el diario ayer y durante dos horas me puse a escribir sobre esos días. Ninguna clase de Letras suplanta a las tuyas, por más completas e ingeniosas y abre-puertas que resultaron ya varias de ellas.

    Yo también creo que desde arriba todo se ve, lo ven, quienes están allí. O se rió, o me tuvo lástima y pensó, "Pobrecita, esta". Lo que me consuela es saber que en cualquier caso no podrá responderme por un tiempo. Ojalá le haya gustado. Y ojalá se la mostrara a las Ocampo. Aunque a Victoria no me interesaría caerle bien. Estoy con Silvina.

    ¡Un abrazo!

    ResponderBorrar
  6. Recuerdo haber estado en esas clases y disfrutar de la pequeña gran Graciela.

    Mi carta fue medio tonta, lo reconozco. Pero igualmente disfruté muchísimo leer a Cortázar por las tremendas genialidades que se le ocurrían.

    Respecto a la tuya: cuántas personas sollozescas conozco!!

    ResponderBorrar

Si le ha interesado esta nota, ¡acerque su comentario a la autora!