15 junio 2011

A propósito de los clásicos...

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LO QUE DICEN LOS CLÁSICOS SOBRE LOS CLÁSICOS... 

Y ALGO MÁS
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por Delfina Morganti H.-


La discrepancia
Mientras leía Por qué leer los clásicos de Italo Calvino hace unos días, no pude evitar mis anotaciones y, al cabo de unas páginas, me percaté de que había conjurado una respuesta. Empecé por lo más fácil, cuestionarlo sin escrúpulos. Le reproché primero ese saber tan difundido al que recurre como si formara parte del sentido común al afirmar:

En realidad, las lecturas de juventud pueden ser poco provechosas por impaciencia, distracción, inexperiencia en cuanto a las instrucciones de uso, inexperiencia de la vida [...] (Calvino, 1981:14)

¡Inexperiencia de la vida! Esta expresión me llamó la atención... Tenía que hacer algo con ella. Entonces me pregunté, ¿y cuál es ese criterio que utiliza usted cuando refiere a "la juventud", y cuál, me atrevo a preguntar, cuando la asocia con tal falta de experiencia? ¿Qué entiende por "juventud" al oponerla a la "edad madura"? ¿Acaso no se puede ser joven cuando maduro, y maduro a pesar de ser aun joven?

Italo Calvino.
La consideración a posteriori
En un debate puramente informal, y a raíz de un trabajo universitario que exigía la lectura del texto citado, una compañera de grupo me sugirió considerar la diferencia de criterios que evidentemente existía entre Calvino y yo al considerar "la juventud" y la "edad madura". Creo haber entendido bien cuando esta misma compañera señaló que no se trataba de determinar una edad biológica específica, sino que el autor probablemente refería a contraponer dos momentos de la vida de los lectores: el primero, aquel en el cual (presuntamente) se desconoce el mundo, y el segundo, aquel durante el cual ya hemos crecido lo suficiente como para penetrar en los detalles apreciativos de los que habla Calvino. 

Claro que si se trata, la práctica puede sonar funcional a la teoría, pero aún así me pareció válido pensar que un niño de diez años que poco conoce del mundo y de la vida (en el sentido que habla Calvino) bien puede leer un determinado clásico y atravesar su contenido de manera excepcional, tal vez de modo incomparable con cómo lo leería un adulto de treinta años que ya ha conocido lo suficiente.

En fin, en un mundo en que los límites etarios oscilan entre lo ideal y lo convencional y las fronteras entre lo ficticio y lo distópico no están del todo marcadas, mis primeras respuestas a Calvino fueron para nada indulgentes, más bien un tanto rebeldes y, confieso, tal vez un poco caprichosas. Pero la intención ha sido buena: equiparar a los jóvenes con seres carentes de experiencia, así no sea de ciertas experiencias en particular, me pareció una generalización poco convincente y un tanto exagerada, sino injusta.

La re-conciliación durante la re-lectura
En un momento de reconciliación con el autor, me conformé con ceder y pensar que esta distinción Calvino la hizo apuntando no a desmerecer a los jóvenes y sus vicisitudes de vida, sino con vistas a enaltecer el concepto de relectura de los clásicos. Bien podría haber dicho simplemente que siempre vale la pena volver a esos libros que, de un modo u otro, nos han estigmatizado a lo largo de nuestra juventud. Aunque hay que reconocer que así expuesta esta idea podría pasar por desapercibida para el lector inadvertido, y tal vez sonaría tan poco justificada como convincente: a menos que la argumentación hubiera recurrido a nuestra supuesta "ignorancia" durante la juventud, ¿cómo más iba a excusarse cuando sugiere la idea de retomar un libro que puede habernos resultado tedioso, irritante y hasta detestable? En cualquier caso, ya me sentía identificada con muchas de las definiciones propuestas por el autor acerca de los clásicos, y en consecuencia decidí que perdonaría a Calvino aunque sea por esta vez.

Jean Louis Ernest Meissonier,
Joven escribiendo (1852).
De verdades mudas: clásicos que hablan a través de los clásicos
Ya escucha uno desde siempre rumores sobre cómo un libro que se lee a los doce no se lee de igual manera a los dieciocho ni a los veinticinco ni a los cuarenta. Para quienes no hayan hecho aun el experimento, Calvino en cierta forma lo recomienda alegando que, 

Al releerlo [el clásico] en la edad madura, sucede que vuelven a encontrarse esas constantes que ahora forman parte de nuestros mecanismos internos y cuyo origen habíamos olvidado (Calvino, 1981:14)

Este prólogo a la definición tercera que da el autor en Por qué leer los clásicos parece implicar que es en los clásicos mismos donde se halla parte de nuestra esencia como seres humanos, donde nos reencontramos y redescubrimos como lectores y también como jóvenes que fuimos. Así, se podría deducir que los clásicos son el cofre que atesora nuestras propias vivencias. Pero para Calvino hablar de "leer" o de "releer" es una mera cuestión de nomenclatura: en cualquier caso, nos sugiere el autor, la relectura es inevitable, ya que:

Los clásicos son esos libros que nos llegan trayendo impresa la huella de las lecturas que han precedido a la nuestra, y tras sí la huella que han dejado en la cultura o en las culturas que han atravesado (...) (Calvino, 1981:15)

Dicha afirmación resulta tan contundente como indiscutible: ¿quién no ha leído a Borges creyendo que leía a Henry James, o a Cortázar rastreando a Edgar Allan Poe, o a los mitos griegos en los textos de Shakespeare? Lo dice Silvina Ocampo en su cuento "La Pluma Mágica": 


Desde que existe la literatura se escriben las mismas obras; sin embargo, los escritores siguen escribiendo (Ocampo, 1999:277)


Desde este punto de vista cíclico de ruinas circulares y plumas mágicas, los clásicos acaban por ser, más que los textos de una generación y de todas, los escritos de una huella de huellas; es decir, hay clásicos porque hubo clásicos que los precedieron, y en consecuencia, siempre habrá futuros clásicos en el porvenir. He aquí el concepto de genealogía de clásicos planteado por Calvino, la idea de un continuo cultural en el que se hacen presente los clásicos porque suponen y presuponen la existencia de los demás.

Jorge Luis Borges.
En una sintonía algo diferente, tal vez, de las ideas de Italo Calvino, las de Borges se ven plasmadas en las siguiente palabras: 

Las emociones que la literatura suscita son quizá eternas, pero los medios deben constantemente variar (...) para no perder su virtud. Se gastan a medida que los reconoce el lector...

y agrega, 

...de ahí el peligro de afirmar que existen obras clásicas y que lo serán para siempre. (Borges, 1941:291)

Redefiniendo a los clásicos
Cuando Italo Calvino se propuso definir a los clásicos, es evidente que no pudo aferrarse a una sola oración, ni a un sólo párrafo ni mucho menos a una sola idea. Es que definir a los clásicos se trata de una cuestión tan trascendente como debatible: desentrañar qué es, en esencia, un clásico de la literatutra resulta tan complejo y apasionante como descifrar el contenido y su remate en la sociedad del clásico en sí. Sin embargo, Calvino fue estratégico: retomando algunas ideas del supuesto colectivo y recurriendo a los opuestos complementarios de "juventud" y "edad madura", el autor redujo la cuestión a nada más ni nada menos que 14 (catorce) revelaciones acerca de qué es un clásico. No ha sido el propósito de esta nota enumerarlas en su totalidad, pero sí subrayar y, por qué no, poner en jaque, algunos aspectos básicos de su texto.

Ejemplar Revista Sur.

Ahora bien, esta nota es mitad casualidad y mitad a propósito... de los clásicos. La escribo sentándome a escribir después de dos meses de abstinencia o sedentarismo periodístico. La necesidad de devolverle algo a Calvino, las reflexiones suscitadas por su texto, tan universal y latente en tantos otros escritos y ensayos, y, por último, el debate generado a partir de un trabajo práctico universitario me obligaron al fin a escribir mis respuestas al autor.

Fuentes: Clavino/Borges.
Si a partir de Calvino tuviera que condensar en un todo único, sistemático, y aún funcional a la sintaxis española mis partes favoritas de cada definición propuesta por el autor, el recorte resultaría en una mezcla igual de abrumadora, pero todavía singular y, a mi gusto, no menos apasionante: 

"Los clásicos son libros que constituyen una riqueza particular para quien los ha leído y amado, son libros que ejercen una influencia, que conllevan la idea de relectura y descubrimiento desde el principio, pues nunca terminan de decir lo que tienen que decir, y esto justamente porque nos llegan trayendo huellas y, en consecuencia, suscitan un incesante polvillo de discursos críticos; en definitiva, el clásico es un libro que se configura como equivalente del universo, está antes que otros clásicos y persiste como ruido de fondo incluso allí donde la actualidad más incompatible se impone."


Entre vistas y otros puntos...
En un rapto de subjetividad, mientras mis dos compañeras y yo nos disponíamos a terminar el trabajo decidimos opinar más allá del texto y salirnos de Calvino siquiera por un instante.

Vrginia Serra, leyendo a uno
de sus autores favoritos,
Mario Benedetti.
Un clásico es "un libro que no puede escapársele a ningún lector; se trata de libros que aportan al inconsciente colectivo..." dijo Virginia Serra (18), estudiante de la carrera de Letras de la Universidad Nacional de Rosario, a la hora de elaborar su propia definición. Además, en el curso de su reflexión, agregó que "dentro de los clásicos, hay clásicos más clásicos" y que muchas veces "el escritor muere sin saber que su libro es uno". Desde su punto de vista, el clásico "tiene que producir una ruptura, romper con el estigma de una época. Si no," advirtió Serra, "todos serían clásicos, o no habría ninguno".

Por otro lado, Bárbara Galiotti (22), estudiante de la carrera de Letras de la Universidad Nacional de Rosario, reconoció que decidir sobre su clásico personal le resultaba muy difícil y que lo más desafiante a la hora de considerar a los clásicos era no dejarse influenciar por el punto de vista del otro. 

Bárbara Galiotti junto a
Virginia Serra, leyendo
a Rodolfo Braceli.
Ya lo canta Calvino, cuando asevera que "la escuela y la universidad deberían servir para hacernos entender que ningún libro que hable de un libro dice más que el libro en cuestión [...]"

Entre vistas y otros puntos...
Es fascinante considerar la cuestión de los clásicos, comparar los conceptos de canon literario con el de best-sellers y poder distinguir entre lo que es un clásico ante el ojo colectivo y aquello que constituye un clásico en la biblioteca personal.

Por último, me encuentro paradójicamente con dos tipos de clásicos, y uno de ellas me lleva a pensar que habrá tantos clásicos como hombres en el mundo: lo que para mí es un clásico, para otro puede no serlo; pero, a su vez, si el canon dice que es un clásico, las escuelas dirán que lo es, y entonces todos acabaremos diciendo que, efectivamente, la obra en cuestión se trata de un clásico. 
En estos términos, se podría afirmar que si bien las obras clásicas no siempre nos llegan impuestas en forma directa, tal vez la noción de qué es un clásico sí: cuando el autor de un libro se dispuso a escribir su obra, no se dijo para sí, pluma en mano, "hoy empiezo a escribir un clásico". Así, el concepto de clásico devendría, más que desde el autor de la obra o su contenido, desde la comunidad lectora que recibe esa obra y la distingue (o no) como un clásico.

Leyendo a dos puntas: el para qué de un porqué
No se trata de leer los clásicos para ser más cultos, ni tampoco para evadir la realidad. Quien quiera evadir la realidad tendrá que no formar parte de ella, pues la realidad es circundante para con todos quienes la integramos y por lo tanto aislarse de ella no es el propósito de los clásicos:


La actualidad puede ser trivial y mortificante, pero sin embargo es siempre el punto donde hemos de situarnos para mirar hacia adelante o hacia atrás. Para poder leer los libros clásicos hay que establecer desde dónde se los lee. De lo contrario tanto el libro como el lector se pierden en una nube intemporal. (Calvino, 1981:18)
Portada Madame Bovary,
Oxford World's Classics
.
En otras palabras, quien al leer La Ilíada persiga sentirse parte de Troya para no tener que lidiar con las noticias pertinentes a la crisis económica mundial, o quien anhele encontrar en los capítulos de Madame Bovary la clave para soportarse a sí mismo sin detestar a terceros por ello, no estaría exprimiendo al máximo sus clásicos. Basta con retomar a Calvino para confirmarlo, pues:

El máximo "rendimiento" de la lectura de los clásicos lo obtiene quien sabe alternarla con una sabia dosificación de la lectura de actualidad (Calvino, 1981:18).

En esto último adhiero, y sin retorno. ◙ ◙ 




Referencias:
  • Por qué leer los clásicos. Clavino, Italo. 1981.
  • Borges, Jorge Luis: Otras Inquisiciones, Bs. As., Alianza Editorial, 1998. (publicado en Sur nº86, diciembre 1941).
  • Ocampo, Silvina: Silvina Ocampo Libros Completos I. Bs. As., Emecé Editores, 1999.

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