04 noviembre 2012

Pepe BONDI, 2ª ENTREGA. Hoy presentamos...

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-.Lágrima Doble.-
                                         
Por *Pepe BONDI*

    Bar La Rosa y Roberta, a mitad de cuadra por calle Entre Ríos. SEÑOR que entra al bar. Empuja con esfuerzo sobrehumano la puerta— es una de esas puertas que cuando las empujás se te empiezan a volver encima. “Vueltera tenías que ser vos, eh…” piensa. “Histérica como todas”.
  Son las diez de una mañana clara, primaveral.

SEÑOR (acercándose a la mesada que simula ser barra). — Buen día.

(La MOZA que está parada detrás de la barra, con un costado de la cabeza apoyado en la palma de la mano, tiene la vista fija en el televisor pantalla plana que muestra una noticia de un choque y un muerto.)

MOZA (monótona, acomodándose el pelo detrás de la oreja). — Buen día.

SEÑOR (relojeando las medialunas en la vitrina). — ¿Estarán calientes estas, che?

MOZA. — (con los ojos aun fijos en la pantalla) ¿Cómo?

SEÑOR. — Que si están calientes, nena.

MOZA (balbucea, sigue hablando con la mano empujándole la mejilla). — ¿Cuántas va a querer?

SEÑOR. — Perá, ¿cuándo te dije yo que iba a querer una? (La MOZA quiere empezar a hablar pero no la deja) ¿Ves, ves que sos una atolondrada? Primero te hacés la que no me entendés, después que me querés vender cualquier cosa… Alcanzáme un vaso de soda, ¿tenés?

MOZA. — Si usted se sienta y me pide, señor…

SEÑOR. — ¿Me vas a negar  la soda ahora también?

(La MOZA se le queda mirando un momento. El le sostiene la mirada, le arquea las cejas como desafiándola al tiempo que yergue el mentón en un ademán de “¿Y, y? ¿Para cuándo?”)

MOZA. — Ahí se lo alcanzo.

(La MOZA se da vuelta y él sonríe, relamiéndose la lengua. Mientras controla que ella siga ocupada con la jarra de soda, desliza la puerta de la vitrina hacia la izquierda, mira por sobre uno de sus hombros para ver que nadie lo esté mirando y saca dos medialunas dulces.)

MOZA (apoyando el vaso sobre la mesada sin ganas). — La soda, acá está.

SEÑOR. — ¡Bueno pero qué eficiente nos pusimos, eh! (Se guarda disimuladamente las medialunas en el bolsillo de la campera marrón gastada). Hacéme… A ver… Y, hacéme un cortadito. Chico.

MOZA. — Siéntese que enseguida lo atiendo.

SEÑOR. — Bueh, si arrancamos así, viste… Siempre te dicen lo mismo. “Siéntese, siéntese que ahí lo atiendo”. ¡Minga que te atienden! Te tienen mil horas ahí esperando como un gil. (Negando con la cabeza mientras sorbe un poco de soda). No, nena, yo me quedo acá. Te espero a que vos termines con lo tuyo, eso de la nada misma que hacen todos los de tu edá,  y te pido acá. Ya no me agarran más de pelotudo a mí. No me toman más el pelo, así no más te lo digo.

(La MOZA no sabe si reírse o echarlo. Se acuerda de eso del “respeto a los mayores” y se aguanta).

MOZA. — Señor, si usted quiere consumir se va a tener que sentar. Tiene como seis mesas libres, ¿ve?

SEÑOR. — No me señalés, no me señalés que veo perfecto yo desde acá. Igual eso está mal, ves. En el bar de acá en frente, en la otra cuadra, viste, ahí tienen las banquetas esas del año del culo, que seguro también habrá tenido tu abuela, y vos te sentás, pedís en la barra, tranquilito, te sirven en dos minutos… A las diez, a las doce, a las seis… El televisor, claaa… No es como esto, viste. No es así, nah… Y que son del año del pedo son del año del pedo las banquetas, pero uno se acostumbra. Como en casa, diría El Pocho. Además, a mi edad, ¿qué importa si me cuelgan un cacho más los cachetes del culo? ¡Yo me siento donde venga mientras que sea en la barra! (Pausa.) Hablando ahora de los cachetes, ¿no? Ustedes las minas son las boludas, sí, ustedes, ¿qué te reís? Si vos sos mina, ya te va a pasar, te vas a acordar de mí, vas a ver... Dispuestas a garpar vaya uno a saber cuántos mangos y chirolas para quedar infladas como el Quico, ese, ¿el personaje del Chavo, viste? Bah, andá a saber, ni El Chavo debés conocer vos, si sos una piba, miráte encima la cara de boluda… Para mí que se contagian entre ustedes ahora, los jóvenes

MOZA (mordiéndose la lengua). — Eh… Dígame, señor, a ver… Dígame lo que va a tomar así voy preparando.

SEÑOR. —… Y eso que antes con los muchachos siempre decíamos, a mí que no me venga con que quiere chantarse nada raro en el culo porque yo no laburo para garparle a uno de los carniceros esos, Juan Pindonga, que después salen en el noticiero que mataron a alguna de las modelitos esas que nadie conocía… Claaa, vos ahora te reís, piba, pero pasa, te digo que pasa. Ahora, la culpa la tienen las minas, no les importa nada. No les importa nada que uno se levante temprano, ponga el mango y otras cosas… Ellas quieren ponerse, ponerse, ponerse… Todo arriba, arriba, arriba… Que en las gambas, que en las tetas. Monstruos de tres cabezas terminan siendo, entre el culo, los cachetes de la cara y... Bueh, vos me entendés, ya te veo la cara. Dejáte de joder, che. Se emboban con ese, eh, ese tiene la culpa, no ellas. (Señala el televisor.) Les lavan el cerebro esos programas de mierrrda... Bah, yo ni los miro, te digo. No tengo tiempo. (Pausa.) El otro día mostraban a una que volvía de Europa, se había ido hasta allá a operarse, no más… Con el colectivero decíamos, claro. La Giménez, por tirarte un ejemplo… ¿Vos sabés lo que era la Giménez el siglo pasado, nena? (Se da cuenta de cómo lo está mirando la MOZA y se encoge de hombros, bosteza. Mientras bosteza, habla.) Está bien, está bien… No me queda otra, ¿no? Querés que me siente, todo el mundo me dice, “Siéntese, siéntese”. Como si pudieran controlarte así, viste. Vos no sos como la Yani, como los muchachos. (Pausa.) Va bene, non arrabbiarti! Ahí me siento en la mesa aquella esa de allá. Pero mirá que no tengo todo el día para esperarte a vos, nena, eh. A mí de pelotudo no me agarran más, ya te lo dije. No me agarran más.

(El SEÑOR se sienta y empieza a mirar alrededor. En la mesa de al lado hay una SEÑORA leyendo el diario.)

SEÑOR. — ¿Así que todavía hay gente que lee el diario? Y sí, ¿qué va a hacer si no? (La SEÑORA no se inmuta.) Yo ya ni compro el diario. A veces la Juli me lo trae, los domingos. Yo le digo, ¿para qué me lo traés si ya me enteré por la tele, nena? Ni leer tranquilo ya… (A la SEÑORA) ¿Y? ¿Algo importante, señora? ¿Alguna se puso traste nuevo, qué dicen? ¿Algo para rescatar, che?

(La SEÑORA se hace la importante, lo mira de reojo y le sonríe como con lástima.)

SEÑOR. — Ah, claro, claro... Le parece gracioso, ¿no? ¿Sabe qué pasa, señora? Usted habla con el diario, por lo menos. Yo ni con las paredes ya. Antes, por lo menos… Nos sentábamos en el barcito ese de en frente, el de la otra cuadra, ¿vio? Ahí, con los muchachos, amigos del barrio. Pero la mesa no, eh, a la mesa ni en pedo. Nos chantábamos en la barra, arrancábamos de temprano con la joda. Con El Pocho, el Marquito y Roberto… Cada vez que le querías hablar al que estaba en la otra punta le bajabas la nuca de un hondazo al pobre pelotudo de al lado y punto. Las barras son así. Un poco incómodas al principio, pero son especiales. Como los carlitos, faaahh... ¡Qué hamburguesas aquellas! Acá debe ser lai la hamburguesa, ¡juaa!

(Llega MOZA a la mesa con una bandeja. Trae un cortado chico y un vaso de soda.)

SEÑOR (chistando). — Che, piba, ¿qué mierda me trajiste vos acá? ¿Qué es esto, eh?

MOZA. — Me dijo cortado chico…

SEÑOR. — Yo no te dije nada. Vos me dijiste siéntese que ya lo atiendo, nada más. Y yo me senté, sin chistar ni nada.

MOZA. — Pero si allá en la barra me pidió…

SEÑOR. — Vos me querés hacer garpar dos veces, eso es lo que pasa. ¡Claaa! Como esa vez, esa vez que con los muchachos quisimos cambiar de bar y no, no funcó. Nos sentamos, garpamos los tres cada uno la promoción del desayuno esa que tienen en todos lados, medialuna va, tostada viene, mantequita… Y no va que la mesa se movía tanto que El Pocho me venía diciendo, él me venía diciendo y yo no le daba ni bola, estábamos todos en otra, viste… No va que El Pocho, que estaba medio como mariado— andá a saber cómo— se larga un escupitazo de la san puta. Así era, así... (Le muestra formando un círculo con el pulgar y el índice de cada mano). Así, te digo. Al principio pensé, bueh, debe ser el gallo que no terminó de largar en la cancha, viste, que le quedó atascado, no sé... ¿Vos sabés que no, che? ¡Se acababa de largar todo el hijo de puta! Todo, eh, todo te digo. Las tres medialunas, las tostadas que le había afanado al pobre Roberto, todo de un empujoncito. "¡La pucha que te largaste todo el jugo vos, eh!" me acuerdo que le dije. El tipo no daba más... Se agarraba la zapán, no paraba de putiar a la mesa. El chaleco blanco tenía puesto, imagináte…  Y una baranda a jugo encima…

MOZA (interrumpiéndolo de mala gana). — ¿Al final le dejo o no le dejo el cortado?

SEÑOR. — Perá, perá, a ver cómo es la cosa. ¿La boluda sos vos y te la agarrás conmigo? A mí traéme una lágrima, querés. (La MOZA se empieza a ir rezongando.) Y que sea doble, eh, nada de ningunearme de nuevo vos… (Mirándole los pies a la MOZA mientras se va.) ¡Che, piba, vos sí que tenés patas grandes, eh! (Desde la mesa a la barra.) ¿Cuánto calzás?

(La MOZA no lo mira, no le contesta.)

SEÑOR. — (encogiéndose de hombros) Che, me está picando el bagre a mí, así que… Uh, cierto que tengo la tengo al lado a esta porota que se hace la boluda… (Se fija si la SEÑORA de la mesa de al lado lo está mirando. Saca una medialuna de adentro del bolsillo y la huele) Ah, no… Encima se me pegotió todo lo dulce en el bolsillo, ¡qué pelotudo! Y bueh, “È lo que hay”, diría la nona. (Empieza a comerla igual.)

(La SEÑORA lo mira de reojo.)

SEÑOR (hablando mientras mastica) ¡Eh, señora, qué dice! Señora… (La mujer ladea apenas la cabeza) ¿Terminó de leerse el diario ya o anda por los fúnebres, eh? ¿Qué me mira así, quiere que le traiga? ¿Un licuado? No, ¿un espejito, uno de los chiquitos?

SEÑORA (con una sonrisa amarga). — No terminé con el diario. Y no leo los fúnebres.

SEÑOR. — Seeh, claro. (Empieza a silbar.) ¿Sabe? El otro día, sacando estadísticas… Todas las de su edad leen los fúnebres. ¿Ah, visto? ¿Ve cómo me mira? Si se ofende es porque sí los lee, claro que los lee… ¿Usted no piensa retocarse alguna cosita antes de partir, alguna arañita por ahí?

SEÑORA. — ¿Y a usted qué carajo le importa?

SEÑOR. — Eeeeh, eehh… ¿Quién lo hubiera dicho? Zapatos “Leidi Estor” y me contesta con esa cara de pánfila, y esa palabrita… No que a mí me moleste, guarda… (Extendiendo los brazos, sonriendo con ironía.) Pero una señora como usted, con cómo se viste usted… Igual, consejo de viejo sabio: la carita necesitaría un retoque, no se me ofenda. La suya, claro, la suya, no va a ser la mía. Yo, ni aunque se me diera por… (La SEÑORA está montando en cólera, se le inflan los cachetes, se le ponen de todos los colores.) En fin, llega un punto en que no se puede disimular nada. Yo no sé para qué mierda se ponen a mentir también con eso ustedes. Te cagan por todos los costados, y cuando querés saber cuántos años cumple la mina te chanta una de esos números que vos decís, “Nah, no puede ser”. Algunas la garpan, ves, uno hasta quiere creerles… Pero otras, ja, ¡tantas otras! Te quieren vender cada buzón, che... Ni que uno fuera tan boludo… Entre ellas creen que pasa, encima. Algunas se quitan diez años. ¡Diez años, a vos te parece! Qué flor de mentira… (A la SEÑORA.) ¿Usted cuántos tiene? Mejor dicho… (Guiñándole el ojo.) Me expresé mal, ¿cuántos se da? Ya sé. No me diga nada. ¿Treinta? ¿Cuarenta? Puedo esperar cualquier boludez, si total me va a mentir.

SEÑORA (molesta, frunciendo los labios). — No tengo necesidad, y menos con usted. (Pausa.) Tengo cincuenta y tres.

SEÑOR (largando una risotada y mirando al techo). — ¡Ahí tenés, Pochito, ahí tenés! ¡Diez a uno que esta también te quería meter el perro!

SEÑORA. — Mire…

SEÑOR. — ¡A usted ni en pedo la miro, señora! Recién mientras le decía ya me la imaginaba toda fajada, hasta medio en bolas, fíjese lo que le digo, salida del quirófano, vendada. Aunque, aunque, debo reconocerlo, la pensé con algunos kilos menos. Los carniceros hacen maravillas a veces, son carniceros. Pero no dura, eh, le aseguro que el efecto, y más en algo como usted… Nah, no dura demasiado, no se me vaya a ilusionar tan rápido tampoco. Ahora, eso sí, si hablamos de un retoquecito en la frente... Y me dice cincuenta y tres, así nada más. Qué caradura es la gente, así estamos también.

(La MOZA trae la lágrima)

SEÑOR. — ¡Por fin, nena, porrrr fiiin, querida! Cobráme, querés. Cobráme, dale, así no tengo que estar acá al pedo una hora más esperándote a vos.

MOZA. — Lágrima doble. Diez pesos.

SEÑOR. — ¿Diez mangos una lágrima? ¡Pero si estamos todos locos! En el bar de en frente, fijáte lo que te voy a decir, en el bar de en frente…

MOZA. — Acá la lágrima cuesta lo que cuesta. Y si no en la carta que tiene adelante de la cara lo dice, fíjese.

(El  SEÑOR agarra la carta, la abre y mira los precios.)

SEÑOR. — Acá dice que tienen una promoción de once con cincuenta y que trae dos medialunas, un café con leche y un exprimido chico. Traéme el exprimido y cobráte la promoción, mejor.  

MOZA. — ¿Qué medialunas le traigo?

SEÑOR. — Si estarás lerda, vos… Ya me las traje yo. Si encima te tendría que esperar a vos...

SEÑORA (A la MOZA). — No, no le traigas nada, ¿no ves que es un viejo asqueroso? Yo no sé, no sé. ¡No sé cómo pueden dejar entrar a semejante bessstia!

SEÑOR (A la SEÑORA). — ¿Y encima con pretensiones? Mirá que de bella no tenés nada, vos, eh... (A la MOZA) ¡Este es el país que tenemos, piba, en esto te toca vivir! (Burlón.) ¿A la señora le molesta el viejo porque dice la verdad? ¡Andá, vieja del orrrto! Si te pedí el diario hace rato y no fuiste culo de soltarlo ni un momento, andá. (La SEÑORA se levanta más que decidida, empieza a sacar la billetera como para pagar e irse.) ¡Así te va a ir a vos, escapáte! ¿Qué te creés, que porque te hacés la que te interesan los fúnebres y te pasiás en tacos vas a…?

SEÑORA. — ¡Cállese, degenerado! (A la MOZA.) ¿No ves, no ves nada vos? ¡Es un grosero este hombre, un irrespetuoso! ¿Y no le decís nada, vos? (Empieza a encarar hacia la puerta, tambaleándose.) ¡Dios mío, lo que hay que vivir!

SEÑOR (siguiéndola, sacudiendo los brazos). — Daaale, daaale, si no te queda mucho a vos tampoco, pelotuda... (La SEÑORA le cierra la puerta en la cara.) ¡Cambiáte la careta y después hablamos, vieja bananera!

MOZA (cruzada de brazos). — Si se le enfría la lágrima vaya a reclamarle a Magoya, yo no se la pienso hacer de nuevo.

SEÑOR (volviendo a la mesa). — Pero, claro, ¡si me olvidaba! Tan boluda no resultaste al final, eh… (Se sienta, agarra la taza, está por tomar pero se le resbala de la mano.) ¡Pero la pucha, che, será posible, mierda! ¡Todas me pasan a mí, eh, todas! ¡La puta madre…! Es esa vieja de mierda que me puso como loco, ¡esa vieja que me sacó de quicio!

(La  MOZA le alcanza un trapo para que se limpie y se va a buscar el secador de piso.)

SEÑOR (recibe el trapo y lo mira irritado). — ¿Y encima me tengo que limpiar con esta mierrrrda? La pucha que debo estar ojeado yo, che. Debe ser la vieja, la vieja esa que se hacía la interesante con el diario en la mano, andá…

(Vuelve la MOZA. Se dispone a limpiar el piso pero le da lástima ver al SEÑOR limpiarse solo.)

MOZA. — A ver, déjeme que lo ayude, señor.

SEÑOR. — ¡Las pelotas! ¿Qué me vas a poder ayudar vos? ¡Qué me vas a poder ayudar vos, miráte esas patas! ¿Cuánto calzás, cuarenta y dos dijiste? Andá, lleváte todo, ¿querés? (Sacando la medialuna del bolsillo.) Tomá, esto también. Me ganaste, acá la tenés. Son asquerosas las medialunas de este lugar, piba, un asco. (La MOZA está indecisa.) ¿No te dije que te lleves todo, ey, estás sorda de nuevo?

(Se apura la MOZA a juntar las cosas y las pone en una bandeja. Se las lleva a la barra sin decir una palabra, mirando que no se le caiga nada.)

SEÑOR. — Ni una puta lágrima, ni el diario, ni una charla como la gente… (Mirando hacia arriba.) ¡No nos queda nada, Pochito, nada! Vos por lo menos zafaste. ¿Qué sos, rey allá, tiburón? ¿Eh? Lleváme, te pido, lleváme cuando quieras… Mirá cómo estamos acá, che… (Se impacienta.) Mah, ¡vafangulo! Esta no vuelve y yo quiero la lágrima, ¿tan difícil era? Ni sé para qué mierda vine acá. Al final, todo como esa vez, ¿viste Pocho? Uno quiere cambiar, tratar de no pensar en los viejos tiempos y no lo dejan. Después dicen que los viejos somos reacios… ¿Reacios a qué, manga de pelotudos? ¿No ven que no somos nosotros sino que no-nos-dejan? (Pausa.) Yo me voy al bar de en frente y esta boluda que se joda sola. ¿Qué está, lavando la taza? No te lo puedo creer, ¡pero si no estaba haciendo nada cuando yo llegué! Y bueh, uno infunde miedo, Pocho infunde miedo a esta altura, qué se le va a hacer. Mejor, te digo. Eso quiere decir que le hago un favor si me las tomo. Y de paso no garpo un joraca. Mah, sí, me las tomo.

(Sale. La MOZA vuelve al instante con otro trapo.)

MOZA. — ¡Qué hijo de su…! ¡Se raja sin pagar, qué boluda que soy! ¡Qué…!

(Sale la MOZA con trapo en mano. Lo ve que está por cruzar calle Rioja y lo empieza a correr, a llamar. El SEÑOR la escucha y empieza a andar más rápido, más rápido, cruza la calle casi sin mirar.)

MOZA. — ¡Ey, ey! ¡Chst-chst, señor! ¡No se haga el vivo, ey, no se haga el...! (Se oye un bocinazo de un auto, otro que clava los frenos y un choque. El ruido en la esquina de calle Rioja la hace retroceder. La MOZA frunce los ojos dos segundos simultáneamente con el impacto y cuando los vuelve a abrir el SEÑOR ya no está. Desapareció.) Ay, no... (Se acerca a paso lento y ve el brazo de un hombre grande tendido en el pavimento, sobresaliendo detrás de un Peugeot. Los ojos se le ponen vidriosos, en el derecho le brota una lágrima. Se acerca apenas un poco más, baja el cordón y pispea por encima del hombro de una mujer alta. Vislumbra la sangre que empieza a inundar el poco pelo canoso detrás de una cabeza.) ¿Lo mataron? ¿Mataron al viejo…? Ay, ¡la puta madre, si mataron al viejo...! (Rompe en lágrimas y sale corriendo.)

(Pausa.)

SEÑOR (desde la barra en el bar de la vereda de en frente). — Yani, servíme una lágrima doble, ¿querés? Y una salada. Lo de siempre, bah.

MOZA II. — Déme un segundito que ya pero ya lo atiendo.

SEÑOR. — Y si total no hay apuro, Yani. Si total, ya ‘toy muerto. (Se ríe.) (Mira hacia afuera para ver si anda por ahí la MOZA del otro bar.) No, no hay monos en la selva... Che, Yani, ¿tendrás “La Capital” por ahí?


-.TELÓN.-

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