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De Rosario e Improvisaciones
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Fotografía amateur, un paréntesis
(11-02-2011)
"Me ubiqué en un punto estratégico por calle Córdoba, en pleno centro de la ciudad, y desde el cual puedo ver pasar en promedio a cuatro personas por segundo. "Entonces," calculo estúpidamente, "al cabo del primer minuto de observación constante mis ojos habrán captado la visión de... ¡¿doscientos cuarenta personas?!" Es decir, doscientos cuarenta personalidades, doscientos cuarenta extraños, doscientos cuarenta mundos... Es mucho, tal vez demasiado como para absorber apenas un poco de cada uno y explorar sus rostros, o especular respecto de sus destinos al verlos pasar con tanta prisa. Pero me agrada contemplarlos, examinar siquiera por un segundo, su vestimenta, sus rostros, sus compañías, sus gestos.
Escribo esto mientras disfruto de una lágrima que está riquísima y veo a los aspirantes a estudiantes de arquitectura sacar incontables fotos (y claro, si total, en la era digital, ya no se trata de pensar en que hay un rollo de doce, veinticuatro o treinta y seis que se está consumiendo, y el flash es "gratis", al menos mientras la cámara tenga batería).
Ya los había visto fotografiar la fachada medio escondida de la Bolsa de Comercio de Rosario que se encuentra por Córdoba, justo en frente de El Ateneo. En manada y casi como turistas en su propia ciudad, andan como hormigas, sacando fotos a medio centro rosarino y cargando—exhaustos pero no por eso menos entusiastas— el famoso porta tablero negro, ese tan característico que delata ante cualquier extraño la carrera elegida por su portador.
(No sé por qué tengo una fascinación extraña por la espumita que debe venir con la lágrima. Uh, y si no la trae, como se lo permiten algunos bares, ¡qué frustrante! ¡Qué frustrante resulta pedir una mísera lágrima y que venga sin espuma!) Me vuelvo hacia la ventana y los aspirantes a estudiantes ya no están, han desaparecido; llegan en contingente y se esfuman así, de la nada.
Me gusta ese hacer típico de los estudiantes de arquitectura. Creo que a veces se apartan de la foto en seguida, como si la descartaran ante el paso siguiente que es el dibujo y el cual les compete, más que sacar la foto en sí. Pero la iniciativa de salir exclusivamente para mirar hacia arriba, para buscar, explorar, sentarse y no dejar de recorrer con sus ojos las palmeras de Oroño y más allá, o bien calle Córdoba, o bien otros barrios, con el sólo objeto de tomar fotos a los edificios por los que otros pasan tal vez todos los días y casi ni se voltean para admirar me parece una aventura, no tan extraordinaria en esencia como en frecuencia.
Recuerdo cuando Graciela, nuestra profesora de Interpretación de Textos de 3º año del Traductorado nos sugirió aprovechar las vacaciones de invierno pasadas para hacer algo semejante. Entonces no habíamos ni mencionado a los estudiantes de arquitectura, pero al verlos hoy evocaron ellos mi asociación con esta suerte de tarea extra-curricular que nos invitaba a hacer nuestra profesora y que incluía, por cierto, escribir aquello que nos sugiriera la fotografía tomada. La idea me entusiasmó. Soy reacia a escribir bajo un título o en el marco de un formato previo porque cuando se trata de ficción tengo la mala costumbre de ser bien egoísta y escribir para mí, sólo lo que se me ocurre y sólo lo que quiero escribir o siento que vale la pena. No es que Graciela nos hubiera exigido escribir ficción, pero a partir de una foto que planifiqué ya mostraría algún paisaje rosarino, no me atraía precisamente la idea de sentarme a describir objetivamente.
A pesar de que ya la había ejecutado veces antes esta misma tarea de fotografiar para luego ver e inspirarme en la imagen capturada, hacía rato que no la practicaba, así que tomarla como una suerte de desafío personal fue casi inevitable. Ni bien pasé con la bici por el Parque Independencia me detuve y saqué una de las fotos más sencillas pero más valiosas del año. (Ahora pasan tres jóvenes con cara de desorientados, valijita negra en mano, y sin duda se han quedado atrás).
Pienso en lo chatitas que lucían recién las cámaras digitales que vi desfilar por calle Córdoba en manos de los aspirantes y por contraste no puedo evitar recordar que la foto que tomé hacia julio del 2010 en el Independencia fue capturada por una cámara tan diminuta, y encima incrustada en un celular ajeno. (Lo había pedido prestado debido a la pésima calidad de la cámara de mi celular)..."
Me propongo ahora, ya frente a mi computadora, exponer la foto que tomé por entonces junto al texto que me suscitó el paisaje captado días después de la toma real de la fotografía:
Los afrodisíacos rayos del sol
proyectándose estaban sobre la hierba...
Me pregunto si aún impresos están
dibujando aquel arco iris, como en madreselvas.
Todos y cada uno de esos colores
asediaban a las sedientas piedras;
alimentaban radiantes a los árboles,
se impregnaban en raíces y cortezas.
Celosas las aves
se echaron todas a volar,
se conformaron con jarabes
se consolaban con otro manjar.
Y las sombras que rechinaban
si algún rayo las quería rebozar
no sabían que el sol tenía para rato
para todos, hasta para el Paraná.
Una retina que los observaba, mas;
pleno, el sol, continuaba su hazaña,
que generoso compositor de músicas varias,
sólo de noche culminaría su danza.
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